Médico Ortomolecular
Director Centro Terapéutico Nutricional
Recuerdo aquella mañana cuando tres personas
entraron a consultorio en la ciudad de Santiago (donde ofrezco consultas una
vez al mes).
Pensé.
. . una consulta más de las tantas que se presentan... sin embargo,
el caso era diferente. Se trataba de una
joven señora
acompañada de su esposo y su padre.
El padre, con la angustia reflejada en su rostro, tomó la palabra y comenzó a explicarme que su hija
comenzó a tener náuseas y vómitos frecuentes, marcada palidez y debilidad general.
Además un molesto impulso de escupir a cada momento
Esta joven señora fue llevada al Hospital
Regional de Santiago, donde se le
hizo las pruebas de laboratorio de lugar.
Después
de tener los resultados a mano, el médico tratante habló con el esposo y le dijo que la situación era difícil, pues se trataba de una
insuficiencia renal, o sea, que los riñones
habían dejado de funcionar.
Le explicó con detalles
que cuando esto ocurre el cuerpo se va llenando de sustancias tóxicas que en poco tiempo acaban con la vida del paciente.
Sólo
dos cosas puede hacer la ciencia médica en
estos casos, le explicó el médico, una era
hacerle dos diálisis por semana (procedimiento
que consiste en hacer pasar la sangre
del paciente por una máquina que le quita
las sustancias tóxicas que el riñón
no puede eliminar y la otra, era llevarla a los Estados Unidos para que se le hiciera un
trasplante de riñón.
Si una de estas dos cosas no se
hacía con urgencia,
la joven moriría en no más de 15 días.
El padre, desesperado, me
explicó que no podía
hacer ninguna de estas dos cosas, porque la
diálisis le costaría
varios miles de pesos a la semana, y llevarla a los Estados Unidos era prácticamente imposible,
pues no tienen posibilidad ninguna.
"Hemos venido aquí a ver si usted puede
hacer algo, doctor", me dijo el padre casi en forma
de súplica.
Yo sabía
que estaba frente a una situación grave y no quería crearles falsas
ilusiones, ni tampoco matar la
esperanza que aún yacía en sus corazones.
Les expliqué que los médicos
tenían razón en las informaciones que les habían dado y que también yo comprendía su imposibilidad económica para afrontar
aquellas recomendaciones, pero que había una esperanza y ésta
era emplear los medios sencillos que
Dios nos proporciona a través de
la Naturaleza para la recuperación de la
salud.
Después de hacer un minucioso
examen físico y de ver las pruebas de laboratorio que me habían presentado, les indiqué un tratamiento consistente en hidroterapia, barro-terapia y dieta.
Al mes siguiente sentí una gran alegría al ver
que mi paciente aún vivía, y por lo tanto había
esperanzas. Me expresó que había
experimentado una ligera mejoría, pero aún continuaban
las molestias principales.
La insté a que continuara con
fidelidad el tratamiento y le expliqué que ya había
más esperanza que en la primera visita.
Al cabo de dos meses le indiqué algunas pruebas de laboratorio. Todavía
continuaba con una significativa anemia, pero con gran asombro observé que las pruebas del funcionamiento de los riñones estaban casi en límites normales.
Me explicaron que el bioanalista
que le hizo los análisis anteriores, al ver el resultado pensó que había cometido algún error y volvió a
repetir el análisis. Los resultados
fueron los mismos, lo que indicaba que sus riñones habían vuelto a funcionar.
Ya
han transcurrido seis meses desde aquella
primera visita y esta joven señora
hoy día
está prácticamente curada, aunque acude cada dos meses a la
consulta para fines de chequeo.
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