14 de noviembre de 2011

La paciente que superó una grave insuficiencia renal

Por: Dr. Humberto Arias
Médico Ortomolecular
Director Centro Terapéutico Nutricional

Recuerdo aquella mañana cuando tres personas entraron a consultorio en la ciudad de Santiago (donde ofrezco consultas una vez al mes).

Pensé. . . una consul­ta más de las tantas que se presentan... sin embar­go, el caso era diferente. Se trataba de una joven señora acompañada de su esposo y su padre.

El padre, con la an­gustia reflejada en su ros­tro, tomó la palabra y co­menzó a explicarme que su hija comenzó a tener náu­seas y vómitos frecuentes, marcada palidez y debilidad general.
Además un molesto impulso de escupir a cada momento
Esta joven señora fue llevada al Hospital Regio­nal de Santiago, donde se le hizo las pruebas de la­boratorio de lugar.

Después de tener los resultados a mano, el mé­dico tratante habló con el esposo y le dijo que la si­tuación era difícil, pues se trataba de una insuficien­cia renal, o sea, que los riñones habían dejado de funcionar.

Le explicó con deta­lles que cuando esto ocu­rre el cuerpo se va llenan­do de sustancias tóxicas que en poco tiempo acaban con la vida del paciente.

Sólo dos cosas puede hacer la ciencia médica en estos casos, le explicó el médico, una era hacerle dos diálisis por semana (procedimiento que consis­te en hacer pasar la san­gre del paciente por una máquina que le quita las sustancias tóxicas que el riñón no puede eliminar y la otra, era llevarla a los Estados Unidos para que se le hiciera un trasplante de riñón.

Si una de estas dos cosas no se hacía con ur­gencia, la joven moriría en no más de 15 días.

El padre, desespera­do, me explicó que no po­día hacer ninguna de estas dos cosas, porque la diáli­sis le costaría varios miles de pesos a la semana, y llevarla a los Estados Uni­dos era prácticamente im­posible, pues no tienen posibilidad ninguna.

"Hemos venido aquí a ver si usted puede hacer algo, doctor", me dijo el padre casi en forma de súplica.

Yo sabía que estaba frente a una situación gra­ve y no quería crearles falsas ilusiones, ni tampo­co matar la esperanza que aún yacía en sus corazones.

Les expliqué que los médicos tenían razón en las informaciones que les habían dado y que también yo comprendía su imposi­bilidad económica para afrontar aquellas reco­mendaciones, pero que había una esperanza y ésta era emplear los me­dios sencillos que Dios nos proporciona a través de la Naturaleza para la recuperación de la salud.

Después de hacer un minu­cioso examen físico y de ver las pruebas de laboratorio que me habían presentado, les indiqué un tratamiento consistente en hidroterapia, barro-terapia y dieta.

Al mes siguiente sentí una gran alegría al ver que mi pa­ciente aún vivía, y por lo tanto había esperanzas. Me expresó que había experimentado una ligera mejoría, pero aún conti­nuaban las molestias principales.

La insté a que continuara con fidelidad el tratamiento y le expliqué que ya había más espe­ranza que en la primera visita.

Al cabo de dos meses le indiqué algunas pruebas de la­boratorio. Todavía continuaba con una significativa anemia, pero con gran asombro observé que las pruebas del funciona­miento de los riñones estaban casi en límites normales.

Me explicaron que el bioanalista que le hizo los análisis anteriores, al ver el resultado pensó que había cometido algún error y volvió a repetir el análisis. Los resultados fueron los mis­mos, lo que indicaba que sus riñones habían vuelto a funcionar.


Ya han transcurrido seis meses desde aquella primera visita y esta joven señora hoy día está prácticamente curada, aunque acude cada dos meses a la consulta para fines de che­queo.

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